El artista no vive como crea, crea como vive, afirma Bachelard. La voz poética que se devela en Aguijón de miel de Gabriela Villa habita un mundo de mieles que hincan, amores a domicilio, estrías de luz y sonrisas detrás de las puertas. Entonces, todo aquello que podría considerarse ordinario, por el milagro del acto poético, sale de su lugar cotidiano y se eleva a lo extraordinario. Estas son rutinas que asombran, dolores que enternecen, una rabia macerada con miel bajo la luna. La autora nos da, como ofrendas, artefactos que susurran (entre paréntesis y con una voz bajita) todo aquello que los seres humanos necesitamos confesar desde la sencillez más pura. Gabriela Villa ha logrado escribir de lo suyo desde lo angosto del verso y en cada uno de estos poemas anida una oda a los vínculos que se tejen y destejen bajo la luna, sobre la cama, durante las tormentas y en la cocina donde hierve el tiempo.