Los textos de Ana Emilia Felker conducen por un singular viaje del paisaje exterior al interior. Aunque la autora se propone apoderarse de la calle, como advierte en el prólogo, en realidad desciende a las profundidades de sí misma. Una fotografía del Subcomandante Marcos pegada en un muro de la infancia revela la historia de una niña con precoz conciencia política; un recuento de múltiples mudanzas narra su necesaria transformación en una adulta desapegada que, sin embargo, lleva consigo una compleja maleta donde caben Nietzsche, Freud, Bradbury y los afectos familiares. La calle aparece, por supuesto, en estas páginas, escritas con las requeridas dosis de curiosidad e intromisión. Entre lo público y lo íntimo, la banqueta y la alcoba, la escritura de Ana Emilia Felker funciona como un preciso engranaje que nos permite asimilar la más importante lección urbana: aunque la casa se derrumbe, siempre tendremos andamiajes invisibles que nos permitirán reconstruirnos.