Cambio de aire, de Yanina Molina, se abre con una dedicatoria: A las mujeres de mi casa.Y todo el libro será un recorrido por momentos vertiginoso, por momentos contemplativo- por aquellas intensidades misteriosas e inasibles que constituyen una casa, que conforman el cuerpo de una mujer. Corro y como un caracol edifico la casa/ con mi propia saliva, escribe Molina. Porque ni la casa ni el cuerpo -la poeta lo sabe- nosson dados, son una lenta construcción, y sus cimientos son las palabras con que nombramos las cosas. Las palabras son el esqueleto, la armazón, los ladrillos, los órganos que nos inventamos a partir de lo que nos ha tocado. Sin ellas, no quedaría más remedio que vivir a la intemperie, o mejor dicho, bajo el resguardo dudoso de las palabras de los otros, de lo que han hecho con nosotros, de lo que nos han indicado y señalado y marcado a fuego que debe ser un cuerpo, una casa. Sin miedos, podríamos ser otros, cercanos a la/ fluorescencia de las piedras, escribe Molina en uno de los versos más bellos del libro. Podríamos ser otros, otras: mujeres capaces de ver la casa invisible, ( ) el acérrimo material del deseo que la mueve. El deseo, que se desliza por los textos de este libro a veces como un polvo traído de los vientos, a veces como un animal de caza, delicado e implacable. Dice Molina en uno de los poemas: La madre de mi madre en su último tramo sabía ubicar en la geografía de su cuerpo los espacios de su casa./Esta es mi casa- me decía, mientras apretaba su abdomen./Esta es mi casa esta acá, ¿la ves? Y a la vez parece decirnos, en relación a este libro hermoso, sutil y potente, en relación a la escritura misma: Esta es mi casa está acá. ¿la ves?