El chavismo salvaje expresa una mirada sobre el sujeto protagónico de la Revolución Bolivariana que no sólo se diferencia de la derecha, sino también de algunas versiones oficialistas. Digamos, para empezar, que apela a orígenes de encuentro y no de acto creativo por la inspiración de un líder. Esa mirada inicial determina toda su perspectiva porque, siendo el chavismo fruto de un encuentro, va a medir el avance revolucionario en la medida que ese sujeto pueda expresar su potencialidad disruptiva.
Reivindicando el papel que juega Chávez en su interpelación al pueblo para dar continuidad política a su participación protagónica que ejerció en el Caracazo, describe cómo ese mismo pueblo va modelando a Chávez y a su política; también va a advertir sobre las inconveniencias de que ese sujeto sea sustituido: De nada sirve una burocracia partidista que ha olvidado que la política revolucionaria no es cosa de maquinarias, sino de sujetos políticos subordinados, excluidos, explotados, e invisibilizados que se organizan y luchan.
El chavismo es, para decirlo con John William Cooke, el hecho maldito de la política del país burgués. Aluvional, policlasista, no es esto lo que lo define. Ni siquiera durante sus primeros años. El chavismo es, desde su gestación, un fenómeno maldito para la burguesía porque aquello que le da cohesión es su decidido antagonismo contra el statu quo. Antagonismo que adquirirá matices anticapitalistas con el paso de los años, al fragor de la lucha, y como lo asumirán de viva voz tanto Chávez como sus líneas de fuerza más avanzadas.