Sólo una fina y transparente hoja de frágil cristal separa la civilización de su recaída catastrófica en el abismo de la historia». Ésta parece ser la afirmación central de la colección de historias que salpican la obra de Mike Davis. Apostada entre los grandes incendios de las últimas décadas (las llamas de las ciudades alemanas y japonesas en la II Guerra Mundial, las pruebas nucleares de las décadas de 1950 y 1960, Los Ángeles en 1992 y Nueva York en 2001), su mirada se aproxima a la de un forense criminal ante su próxima autopsia: ¿cuál ha sido la suerte de los grandes centros urbanos de Occidente? La respuesta obedece a la minuciosidad médica con la que se descubren aquellos fragmentos olvidados de realidad que deducen los terroríficos paisajes que caracterizan algunas urbes contermporáneas. Ciudades muertas es el resultado de este diagnóstico, una suerte de arqueología de la posible catastrofe urbana, un inventario de las innumerables huellas que amenazan con una enorme devastación social: las políticas de liquidación de los centros urbanos estadounidenses, los estallidos raciales frente a la lógica de la segregación, la aceleración de las desigualdades sociales de las ciudades globales, la contaminación nuclear de amplias zonas del planeta, la historia que llevo a los primeros ensayos de bombardeo masivo sobre poblaciones civiles y un larguísimo etcétera.