La memoria nunca es completa, por ello debemos recordar y transmitir lo recordado. Pero esa transmisión sólo puede volverse real en forma de educación. Por ello la educación se vuelve el proceso fundamental para darle una posibilidad a la sociedad post-genocida de recrear sus crímenes y volverse responsable. La muerte y la destrucción han marcado de manera particular la vida de los pueblos durante el siglo XX, de la misma manera que han transformado las formas literarias y la inocencia del lenguaje. Hay una relación compleja y paradigmática que nos exige no cerrar nunca la discusión en un dictum de imposibilidad de la escritura o el testimonio ante las razones de la guerra y el genocidio. La palabra, aunque diezmada y golpeada, ha sobrevivido a los hombres y, al mismo tiempo, ha hecho sobrevivir los nombres en la historia. La educación es el camino de esa palabra. Por eso, recordar hace de la memoria un campo de batalla en donde se juega la historia de los Estados y las sociedades.