La salud es economía; y los cuerpos de los que trata el presente volumen conforman un riesgo palpable para el racionalismo económico más voraz. Un cuerpo enfermo es considerado por el «régimen de salud» imperante como un cuerpo inútil. Pero lo interesante del ejemplo que ellos representan es que, en su cuestionamiento de las políticas inmunológicas que les impiden normalizar su paradigma experiencial, se apropian de un factor como el de la ingravidez, habitualmente conectado con los cuerpos gloriosos y, por extensión, con el valor de la inmortalidad. Los artistas aquí analizados no elevan sus cuerpos bajo el paradigma de la «ascensión en pureza»; por el contrario, lo que persiguen con sus diferentes y privativas declinaciones de la idea de ingravidez es «contagiar» una de las principales figuras de las culturas de la salud: la levedad del cuerpo, su impulso ascensional, sin lastres de la carnalidad corrupta. Estos autores elevan su enfermedad, su fragilidad extrema y la de aquellos personajes que pueblan sus universos artísticos. Aspiran, desde sus aledañas o distanciadas ópticas, a redimir a la vida en común de las fuertes restricciones inmunológicas que la hacen inhabitable y excluyente. Son cuerpos que, a pesar de su modestia, no cabían en el espacio público, y que por ello mismo deslocalizaron su subjetividad con el fin de ampliar sus márgenes y su sentido.