Asir la poesía. Asirla con intensidad, es lo que hace Mariángeles. Y la veo, a la hermosa poeta, vaciando con humildad sus versos en las páginas blancas, que, ya llenitas de aquellas claridad y aquel fervor, pueden ser vistas como un pequeño mar, una alta nube. Un sueño, como el de los soñadores jóvenes de la ciudad que ella fustiga con un cariño indisimulable. ¿Qué más? Lo único que resta es leer a Mariángeles Comesaña, a quien saludo hoy que escribo - una tarde de lluvia y de junio-, con todo el calor de mi alma y el grado mayor de admiración al pie de sus poemas. Efraín Huerta