La histérica de nuestro tiempo ya no sintomatiza la pasividad sexual, sino que la denuncia y hasta elabora un saber sobre el trauma. Generaliza la seducción y habilita la identificación masiva con la víctima.
Si la histérica freudiana padecía en acto el goce intrusivo del Otro, la de nuestro siglo reivindica el derecho a la singularidad inmaculada que pone al Otro tras las rejas. A salvo, la histérica corrobora el aislamiento y sus nuevos síntomas en un arco que va del aburrimiento a la hiperexcitación del deseo.
En una sociedad que autoriza y estimula el goce femenino, las mujeres pueden ser activas en el sexo
pero el malestar permanece, como rechazo de la ternura. Todo y nada ha cambiado al mismo tiempo: el cuerpo histérico responde aún al sufrimiento de la sensibilidad, aunque se presente con un semblante obsesivo.
Parecen obsesivas, pero son las histéricas de hoy en día; mientras que los obsesivos actuales echan mano de una histerización conformista que les permite jugar a ser seductores: ni neuróticos ni psicóticos, solteros.
La histeria masculina, en cambio, es otra cosa: no es la histeria de una mujer en el cuerpo de un varón, sino algo muy diferente. Aunque la histeria siempre sea femenina, la pregunta del varón histérico no es ¿Qué quiere una mujer? sino ¿Cómo ama un hombre?.