Para defender al principio de amor libre
se necesitan dosis parejas de inocencia y
experiencia. Una vez desacralizados el
matrimonio, la familia y la dupla varón-
mujer unidos de por vida, ¿qué si no la
inocencia puede vincular la libertad al
amor, en especial si a éste se lo entiende
como pasión o atracción entre seres de
carne y hueso? La experiencia susurra al
oído que la fidelidad es imposible, que la
monogamia es una ilusión
y que las leyes del deseo triunfan
siempre sobre las leyes de la costumbre.
La inocencia grita que el amor sólo
puede ser libre, que la pluralidad de
afectos es un hecho y que el deseo
obedece a un orden natural, anterior y
superior a todo mandato social
establecido.