Este libro representa una de las mayores contribuciones para entender, en la densa malla patriarcal del siglo XIX, el nacimiento de la historia como disciplina científica y también la exclusión de las mujeres como profesionales del conocimiento histórico. La autora analiza con deslumbrante pericia las principales características que se manifestarán en el oficio de historiador. El texto nos conecta con las formulaciones de historiadores inaugurales, como el mismísimo Leopold von Ranke nombre central en la patrística historiográfica, y permite incursionar en la atmósfera creada para liberar a los hechos históricos de sus cerrojos, tal como se libera a las princesas de sus encierros, metáfora sugerente, no exenta de ensoñaciones emocionales que huyen del control racional que se impone a la historia. A la sombra de la formación profesional y del trabajo regular como historiadores diplomados, se irguió el ejerció amateur de muchas mujeres que, a su modo, con sus reglas y habilidades, pudieron realizar narrativas históricas cuyo valor hermenéutico no es lo que se juzga en esta brillante incursión. La autora persigue el propósito de vehiculizar la producción soterrada por el desdén de la ciencia histórica regida por la autoría de los varones, y nos propone un examen pleno de inquietantes interpretaciones, el oteo de ciertas audacias de la que fue capaz esa pléyade de escritoras amateurs. Las indagaciones que contiene esta obra resultan indispensables, y no solo para comprender la trama relacional entre los géneros, a propósito de la creación de conocimiento histórico, en el pasaje decisivo de empinamiento de la disciplina, sino para advertir el hondo significado que ha tenido el orden patriarcal al haber exonerado a las mujeres de la historia y de su ejercicio profesional hasta fases muy recientes de la humanidad.