Es posible encontrar en Eucaristicón de Edgar Solíz Guzman una propuesta homoerótica que bien podría emparentarse con el neobarroso que Nestor Perlongher afianzaba a fines del siglo pasado. Una estética queer poco frecuente en territorios bolivianos, desprejuiciada y sostenida en el desborde lingüístico con lo que el autor encara a lo largo de la obra, su propia figura y la del otro, en este caso, la del padre. Un trabajo cargado de tensión carnal, de reiteraciones y giros sobe su propio eje que, nos mantiene siempre en la atmósfera del sexo, en la pulsión del lecho y en los detalles de un cuerpo que se abre -palabra a palabra-por las laceraciones de su misma lengua.