Lo que uno espera de un reportero es que tenga obsesiones: sin complacencias, sin superficialidades, sin ignorancia. Con conocimiento de causa a través del estudio y la investigación, y con pasión. Sólo así se puede ser un buen periodista.
Obsesión y pasión en ocuparse, por ejemplo, del cine mexicano para descubrir la esencia de su industria, sus problemas y sus posibles soluciones. Temas a los que no siempre se llega por accidente ni convicción en el oficio sino por amor a la escritura, al género periodístico. Y demostrar, con una escritura rigurosa, que se pueden tocar minuciosamente las aristas del cine en boca de sus propios directores: desde la feminista compulsiva hasta el independiente incansable, o del experimentador eterno al del talento desperdiciado, pasando por los innovadores, los documentalistas, los visionarios; los que abrieron brecha, pero se quedaron en el camino... En este libro están prácticamente todos.
En los apuros de Raquel Peguero por la perfección del oficio, de considerarse reportera antes que crítica de cine, se niega a que la tachen de: a) Superficial (por eso el grueso volumen a manera de diccionario de directores del cine, de los sesenta a la fecha); b) Complaciente (por eso las entrevistas tienen en sus preguntas el encanto de la crítica que se niega a hacer pero que no le impide interrogar); o c) Ignorante (no en balde lamenta en esta obra la ausencia de cuatro directores sin duda importantes del quehacer nacional).
Y todo esto aderezado con buen humor (por eso su amor a Woody Allen). Raquel Peguero se ha distinguido del resto de los reporteros, por la obsesión y la pasión con que trata sus temas. Ésa es la diferencia entre ser un simple "notero" y ser un reportero, en toda la extensión de la palabra. El contenido de este libro es una prueba irrefutable.