De la Cuenca minera a un pueblo de Mallorca, Fruela Fernández escribe en los límites de la poesía un diario que no es un diario, un ensayo que no es un ensayo, una crónica que no pretende serlo.
En clara confrontación con ?la felicidad del ruido? ?porque es
rápida, no compromete?, el autor busca la felicidad del silencio, para la que ?hace falta paciencia, es arriesgada?. Es un libro en contra de la falsa libertad que se conjuga en el individualismo extremo, un texto que habla de amor, de paternidad, de educación formal clientelar, de traducciones esquivas, de
ruralidades en juego, de tradiciones resistentes, de sabidurías acumuladas, de la necesidad de asumir lo irrepetible.
Un libro difícil de clasificar e imposible de ignorar porque parte el tiempo desde una mirada compleja, crítica, conectada con las contradicciones de nuestra época.
?Esa es la forma que el pueblo ha ido asumiendo con el tiempo: espacio de reposo para quien puede pagarse una casa de más, espacio de cobijo para quien no puede pagarse otra. Por eso mi aldea es incierta, porque no tiene una comunidad que le dé forma?.