La lengua no es solo un órgano compuesto de músculos. Es un campo donde se disputan idearios sociales y políticos. Por eso, en este ensayo se invita a (re)pensar la lengua y las tramas del poder.
Me gusta saber que somos seres lingüísticxs, porque nos reconocemos a través del lenguaje, y en ese punto radica el error de la gramática: no reconocer a todas las existencias, dice la autora. La gramática aprendida va más allá del género y número. Y ese más allá se transformó en una de las herramientas de las que se sigue valiendo el patriarcado para aprehender el mundo solo desde la biología. Y por eso este libro propone la expresión lenguaje del reconocimiento, que se basa en la importancia de poner en práctica un lenguaje para la inclusión.
La lengua no se calla tiene como punto de partida un abordaje sobre las exclusiones del español. Aunque también se detiene en vivencias personales de la autora, y en cómo la lengua actuó sobre su vida: niñez, dictadura y el ser norteño (que aún lleva en sus venas). Luego, este texto, se compone por fragmentos de historia de la lengua, develando los intereses políticos y las alianzas económicas del español.
La lengua que hoy se expresa inclusiva está siendo censurada en algunas geografías y no es por salvaguardar reglas gramaticales, sino por una disputa de poder. Dicen que en la Revolución francesa la palabra fue un instrumento político, porque hablar era combatir. Hoy la pelea pasa por ahí, mientras la clase dominante pretende ganar esa batalla implementando inútiles candados.
Lejos de los prohibicionismos, la revolución feminista trae su lenguaje, necesario y reparador. Y es que la gramática no es el límite para pensar en una realidad diversa porque, al fin y al cabo, está claro que la lengua no tiene coronita, porque llegó el momento de ser nombradxs. Por eso es que la lengua no se calla.