En La luz de una estrella muerta las aventuras y teorías de Elena, la protagonista de esta novela, tienen un aire a las de El affair Skeffington, solo que a Dolly Skeffington la encandilaba la Londres victoriana, y a Elena, la París de posguerra. Y si la escritura de Paula Klein tiene un poco del canchereo de María Moreno, eso no significa resignar una observación, insidia y recato propios.
La luz de una estrella muerta es una novela de iniciación entonces, una novela de los argentinos de París, una novela, incluso, de una auténtica y por eso conflictiva, tirante, discutible sororidad.
También es un homenaje al mito de Alberto Greco. Llena de testimonios, guiños y mises en scène, Greco se ocupa como el título bellamente indica, de irradiar la inspiración y el toque de humor con la que los devaneos relativamente juveniles y definitivamente parisinos de la protagonista deben ser leídos. Además, Paula Klein hace con Greco lo que Jürg Amann con Robert Walser: una biografía al biés, intuitiva, una impresión literaria.
Tal vez cuando Björk grababa It´s Oh So Quiet, nos estaba avisando algo sobre la literatura que vendría y que ya la etiqueta beauvoirista del segundo sexo se había gastado por completo. Entre sesiones de psicomagia e intrigas académicas, La luz de una estrella muerta posee una última virtud: parece hecha para leerse en un viaje. Aunque en verdad, eso es lo que siempre sugiere una buena novela.
Edgardo Scott