Yocasta sólo tiene derecho a ser mencionada en relación con sus hijos, pues en una mujer es impensable un deseo incestuoso sin que el velo de lo materno lo cubra. El deseo inconsciente por el hijo convertido en hombre, tal como Helene Deutsch lo puso en evidencia, ¿suscitará un espanto capaz de explicar el extraño silencio que reina en el psicoanálisis alrededor de la menopausia? Y sin embargo, ¡cuántos cambios hay en ese momento crucial! La mujer vive entonces una verdadera experiencia de deslocalización: en su identidad, que ya no puede ser la de madre; en su imagen del cuerpo, que cambia a ojos vista, y en su sexualidad, a la que a veces prefiere renunciar para conservar, pacificada, el goce de la compañía de ese hijo. Por otra parte, el estudio de la crisis de la pareja en la mitad de la vida enseña que, si el deseo masculino perdura, no es por el brillo de los éxitos de la mujer y ni siquiera por el esplendor de un cuerpo perfecto, sino por su falta. Es preciso, además, que ella pueda ofrecérsela y dejarle ver que, a sus ojos, él está dotado de lo que ella no tiene. La disparidad fálica es esencial al deseo sexual, y sin ella éste no puede sostenerse. Este libro podría, por lo tanto, parecer situarse a contrapelo de las luchas por la paridad y la igualdad entre mujeres y hombres. Sin embargo, habla sobre todo de aquellas que, como sujetos, han obtenido condiciones bastante igualitarias con respecto a los hombres. Pero en los juegos del deseo con el pattenafre del Otro sexo, toca a cada una encontrar el arte de permitirle un avance fálico. Podrá ella entender entonces, en la mirada-voz del Amante, la certeza de su identidad femenina, jamás adquirida de manera definitiva.