Síntomas sobran. Si la política humana nos trajo hasta aquí, tal vez toque inventar otra política. Brian Massumi se toma en serio y a la vez en juego este desafío. Lo asume en un gesto arbitrario, como quien traza un círculo y salta dentro. Enarbola una especie de programa y lo llama política animal.
Amparado en los estudios de Bateson sobre el juego animal y en la urgente animación de un mundo en camino de volverse estéril, por desecamiento o implosión, la política animal se devela como posibilidad terrestre, en el sentido en que Gauguin afirmaba que la tierra es nuestra animalidad.
Contra el presunto reinado del Hombre sobre la naturaleza, Massumi se pregunta si el humano no fue finalmente, como lo intuyó Nietzsche, solo un medio de la naturaleza para reinventarse a sí misma y para que, en ese mismo vaivén, la humanidad se supere a sí misma.
Lo que nos enseñan los animales, en su juego-política inmanente, es a visionar lo que vive difiriendo y no pretende unificación forzada o sentimental, lo que simpatiza en lugar de empatizar, lo indiscernible que no por eso se indiferencia, la disparidad que reúne sin generalizar, la mutua inclusión, tendencias, contrapuntos musicales, fuerzas, subjetividades sin sujeto. Una pragmática especulativa, impersonal, relacional y situacional que comience por el medio, en medio de un glorioso quilombo. Como un tigre en los ojos de un niño.