¿Cómo explicar la oscuridad de Victor Serge, uno de los héroes éticos y literarios más imponentes del siglo XX? dice Susan Sontag. ¿Será porque ningún país puede reclamarlo? No fue sólo un escritor comprometido, sino un activista y un agitador toda su vida. En Bélgica militó en el movimiento de las Juventudes Socialistas, una rama de la Segunda Internacional. En Francia fue anarquista, preso e incomunicado cuando cayó la banda de Bonnot purgó cinco años por negarse a convertirse en delator. En Barcelona se decepcionó con los anarcosindicalistas españoles que no aceptaron tomar las riendas. En Rusia se afilió al Partido Comunista, luchó en el sitio de Petrogrado durante la guerra civil, se le comisionó el examen de los archivos de la policía secreta zarista (y escribió este tratado que tienes entre manos) y, afligido por el rumbo que tomaba el gobierno en la recién consolidada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, logró que el Komintern lo enviara al extranjero como organizador y propagandista en 1922. Ante la derrota revolucionaria en Berlín, pasa por Viena y regresa a la URSS en 1926. Frente a Stalin adhirió a la Oposición de Izquierda junto a Trotski pero fue detenido al poco tiempo y permanecerá diez años en prisión. En cada país su estancia fue provisional, llena de privaciones y conflictos, amenazada. En algunos, terminó expulsado, proscrito, obligado a reanudar su viaje. Se definió como Un exiliado político de nacimiento. No hubo triunfos escandalosos en su vida. A menos que se cuente el de su inmenso talento y esmero de escritor. Desarrapado, cada vez más aquejado de angina de pecho, sufrió un infarto en la calle a altas horas de la noche, llamó un taxi y murió en el asiento posterior.