Sabemos que la vida de los grandes artistas está signada por el fuego imparable de la creación y a la vez, por estigmas tormentosos y por trágicas convulsiones terrenales en muchos casos. Tal vez por eso, pero fundamentalmente como hija de México marcada por la historia y comprendida con ella, Emma Rueda Ramírez habrá invocado el espíritu de Frida Kahlo alguna noche de luna llena, al pasar frente a la Casa Azul, templo de amores volcánicos y combates de fieras heridas, isla de ternura y sortilegios infinitos, donde las cenizas de la mujer-tierra, mujer-cosmos, mujer-estrella, mujer-arena, se transformaron en polvo de oro y alas ardientes para atravesar los muros de la eternidad.