Se acompañe o no a la narradora, ya la entramada está tendida y Mama Lolita es un personaje, un recuerdo en la memoria tan preciso que la ausencia reclama su nombre. Presentarse ya es innevitable, allí está, esperando contar su historia, esperando alejarse para ser nosotros. Se escucha su voz como el rodar de las piedras en el río, como el silbido del viento que por la noche se enreda entre los árboles. Entonces uno da cuenta que sólo la paciencia absoluta lleva a la palabra exacta, al tono correcto, al hilvanaje deseado, ese andar despacio que ayuda a contemplar la vida, así nomás sin adjetivo y sin tiempo.
Es esto sin duda lo que nos entrega la autora Lina Zerón, un dilatamiento, un detenerse en cada momento, explora, deja huella; sentimos el ir y venir sobre la frase, y el aspecto oscuro del hombre se devela sin el mayor rencor posible. Lina conoce el valor del lenguaje, su trabajo no es otra cosa que la pasión, sabe que sin ella poco se alcanza. Así pues, la novelista lleva a nuestros ojos ese arduo caminar por los pasajes de la historia, su historia donde los personajes asaltan nuestro asombro a cada instante, dejándonos lector, el compromiso en las manos.
Desde ahora digo que Mamá Lolita goza de tan buena salud que es inevitable no seguir sus pasos.