Hasta no hace mucho había temas prohibidos en el teatro para niños y público joven. Las fantasías dejaban un manto de ilusión sobre la vida verdadera; niños y adultos carecían de escenarios para reflexionar con frescura, riesgo y valor, sobre un mundo que, inevitablemente, siempre termina por avasallar a la mirada infantil con su inevitable crudeza.
Más allá del sol refrenda, afortunadamente, los nuevos caminos que el teatro para niños ha tomado en nuestros días. Si educar es una manera de enseñar a un ser humano a pensar por sí mismo, este teatro cumple con creces una vocación que problematiza las relaciones entre la vida real y la perspectiva de los niños. Cumple una función esencial: crea un espacio de pensamiento y humor para filtrar la inevitable violencia cotidiana.
¿Los niños no deben pensar lo inexorable? Ni siquiera nos atrevemos a pensarlo, pero ocurre: los niños también se mueren. En esta historia de fantasmas, los héroes de Glafira Rocha regresan o, mejor dicho, simplemente no se van porque están más vivos que algunos «vivos». Los entrañables Citrino y Chuy Piscuy nos enseñan a vivir sin miedo, pero ante todo a valorar el contrapunto de la muerte: la vida.
David Olguín