Blanchot rechaza visceralmente la teoría extractivista del lenguaje: no hay nada en la esencia de la escritura, tal como él la despliega, que la someta a una racionalización destinada a maximizar su utilidad humana. No hay ganancia, ni renta, ni producto que provenga de la escritura sin traer consigo algo ajeno que lo arruina; de allí que en lugar de una explotación equilibrada que conduciría a la eficiencia del lenguaje, lo que predomina es la soledad de la escritura.