Del uno al diez, ¿qué tan fuerte es el dolor?, le preguntan a la narradora. Y yo me pregunto si diez equivaldría a estar muerto. ¿Y el cero? ¿Estar vivo equivale a experimentar -siempre- algún tipo de dolor? El cuerpo que se manifiesta, ¿duele? ¿Cómo puede haber consenso al respecto?
En su primera novela, Ana Montes hace el retrato de una niña, una adolescente obligada a vincularse con su cuerpo como si fuera de cristal, en un momento de la vida en el que la mayoría se siente o debería sentirse inmortal.
La autora titula su novela con un oxímoron, que es también el del relato: lo poco probable que es ser portador de ese gen, lo poco probable de ser elegida para emprender un tratamiento innovador y menos invasivo. Ana pone en palabras el desconcierto, cómo lo improbable se puede convertir en rutina, cómo lo terrible y lo mundano conviven a diario y cómo el azar, que lleva en su raíz la desgracia, a veces devuelve lo que quitó.