La lectura del libro de Françoise Samson descubre, a poco de andar, una constante: un diálogo muy preciso y cuidadoso, sin borrar matices y deferencias, entre los textos de Freud y de Lacan. Así, la elaboración que propone no es anterior a este diálogo, ejercicio de lectura que, cada vez, se lleva a cabo de un modo particular. Entre ficción y pulsión, la indagación sobre los textos de Franz Kafka narra un momento único, sin retorno, que escapa a la repetición, mientras que el trabajo sobre el film de Marguerite Duras muestra, detrás de los esplendores de Venecia, en su insistencia, su verdadero rostro. Para la autora, el desierto es un lugar donde nadie puede hacer semblante. La lectura de las huellas, su interpretación, son cuestiones de vida o muerte. Orientarse, exige un saber hacer con las más ínfimas trazas y este saber sólo se adquiere por la travesía de la experiencia. En el psicoanálisis, se trata de lo mismo. Según Freud, agrega Samson, de un lugar fundado sobre "el amor a la verdad, es decir, al reconocimiento de la realidad que excluye todo falso semblante". Lacan no dice nada diferente: "ni el aire ni la canción del semblante le conviene al analista". Intervienen -añade- dos de las vestiduras del "objeto a" Freud utiliza una expresión que tiene relación con la mirada y Lacan evoca la voz. Así, la suspensión de la mirada, como llegada de otra parte, puede colarse entre las palabras del Otro. Y entonces el analista en ese hueco que es el lecho del objeto a, se hace su representamen. ¿Cómo se las arregla para deslizarse a ese lugar? Para Freud, que sigue el principio de la licación de una determinada hora, el analista no está allí como una persona no como sujeto; se alquela por un tiempo y en un espacio que ya no son suyos. Con Lacan, el analista no es el dueño de ese lugar, pues cuando habita un discruso, es dicho discurso quien lo comanda.