Una mujer en plena madurez busca en los recuerdos ?los días de escuela, el ambiente familiar, los juegos, las actividades de la adolescencia? las huellas de su personalidad. Acepta las pérdidas y las ganancias que comporta el paso del tiempo. Sabe distinguir qué se le puede pedir a la vida y qué no. Ha aprendido hacerse cargo de sí misma. Asume la ausencia de los que faltan. No cree en el valor absoluto del amor, aunque le concede una última oportunidad. Conoce los anhelos y temores de otras mujeres. Conserva el aliento de la ironía. Y encuentra en la soledad el impulso para seguir creciendo. A veces toca hacer una hoguera, vigilando el viento para que lo que había de ser beneficioso no llegue a dañarnos. A eso se dedica la protagonista de estos veintiún relatos, a quemar por medio de la escritura los huesos acumulados a lo largo de la vida: el haber y el deber, los aciertos y los errores, los pasos legítimos e ilegítimos. Porque escribir es hacer una quema de rastrojos. Una hoguera ritual, por supuesto: ninguna escritura puede quemar la vida