AA.VV
Hoy es constante la tentación de suponer que la clase es una cosa. Aunque ese no es el sentido que Marx le otorgó al término en sus escritos históricos, el error vicia una buena parte de los textos «marxistas» contemporáneos. Se asume que «eso», la clase obrera, tiene una existencia real, susceptible de ser definida casi matemáticamente: un cierto número de hombres que mantienen una relación determinada con los medios de producción. Bajo ese supuesto, se vuelve posible deducir la conciencia de clase que «eso» debería tener (aunque rara vez sea el caso), si «eso» tuviese en cuenta de forma adecuada su propia posición y sus propios intereses. Pero resulta que existe una superestructura cultural que opaca ineficientemente el reconocimiento. Como los «atrasos» y las distorsiones culturales son realmente molestos, no es difícil concluir en una teoría de la sustitución: el partido, la secta o el teórico que revela la conciencia de clase, no como es, sino como debería ser.