No decidí convertirme en madre para ser feliz. De haber considerado siquiera esta posibilidad no sólo habría sido una decisión absolutamente egoísta, sino también inútil, pues los ramalazos de la maternidad son acaso los más ingratos y malagradecidos. Quise ser madre porque quería y podía serlo. Más allá de esto no encuentro razones.