Trizas es un libro objeto que juega con la escritura y sus sombras, con la caligrafía, el recorte y la transparencia de lo que se decide no mostrar y sin embargo se trasluce. ¿Qué significa ser mujer? Parece aparecer la pregunta en la primera página de lo que es una especie de diario roto que, al intentar reconstruirse, resulta un relato fragmentado. Es una obra que manifiesta una atracción casi morbosa hacia lo fragmentario y, con los espacios en blanco, el silencio. Una obra que, en su aparente destrucción e intento de reconstrucción, cuestiona al acto mismo de escribir e, incluso, de publicar. Con un guiño hacia la escritura autobiográfica y la autoficción, Trizas lleva la escritura fragmentaria al límite y a la vez cuestiona la relación de la escritura con la construcción/destrucción de la identidad, de lo que significa ser mujer, y escribir. La relación de la escritura con la psique, con la emoción. Una escritura que involucra al cuerpo de un modo distinto a como lo hace la escritura en un procesador de textos. Trizas juega a destruir un poco la autoficción, la escritura testimonial, cuestionar su papel en la literatura y el arte contemporáneo e intentar, con los pedazos, armar algo. ¿Es una parodia de las libretas de escritores? Podría serlo, aunque también podrían encontrarse ahí guiños a la escritura de koans, o de epigramas accidentales, de literatura brevísima en cada fragmento. Siguiendo un poco a Barthes, en Trizas las letras parecen estar todas afuera de una frase, perder todo sentido hasta no tener una base sobre la cual armar un relato, uno nuevo, y aún así intentar hacerlo. Cómo a partir de una triza puede surgir algo. Pero también puede tener guiños de Monterroso, que aconsejaba al poeta no regalar su libro sino romperlo, porque romperlo también es hacer poesía.