Los relatos de Villa Paraíso parecen orbitar una de las dudas que han atormentado a nuestra especie desde los orígenes de la Filosofía: ¿Qué cosa somos? ¿Somos el alma? ¿El cuerpo? ¿Dónde se constituye la esencia del ser y cuáles son sus fronteras naturales? Con la aguda elegancia que distingue a su narrativa, la autora nos ofrece una galería de personajes que cohabitan en el país de la vejez. Al ocaso de sus vidas, las voces que presenta nos hablan de la decadencia de la materia, del deterioro vital concretado en una piel que se arruga, en huesos que se desgastan erosionados por el tiempo, ojos que se nublan, lechosos, recuerdos que son sobre todo ficciones, relatos en sí mismos. Conscientes del poco tiempo que les resta de este lado de la muerte, los personajes han comenzado ya un éxodo del propio cuerpo y viven de forma intermitente en el presente y el pasado: en la residencia de la memoria. Insuflar algo de vida en el árido jardín de un cuerpo ahora estéril como única tarea diaria. Recordar la dicha para acceder a ella de forma excepcional. La ancianidad como síntesis de la decadencia, el abandono y el ya no ser son el motivo que da cohesión a párrafos poderosos como un incendio forestal. Es bien sabido que el fuego se traga con mucha mayor voracidad un bosque marchito. Gerardo H. Jacobo