El autor nos propone una manera diferente de valorar su objeto de estudio. Para él no hay otra unidad que no sea la de la constelación de voces, miradas y elementos que integran un universo muy diferente al legado por la modernidad y colonialidad capitalistas. Lo real es lo empíricamente observable, pero también lo oculto o lo discursivamente invisibilizado. El tiempo histórico es, a su vez, un tiempo mítico, un tiempo conceptualmente unitario que se desdobla real y necesariamente en tiempo de híbridos constitutivo de un sujeto plural de identidades abigarradas forjadas por una pluralidad de referentes, desde las colectivas y personales, las físicas y meta-físicas, hasta las sociales y naturales. Lo real como totalidad concreta y aún como particularidad específica es síntesis de múltiples determinaciones, es decir, unidad de lo diverso. Uno se escinde en Dos.
Ha existido una tendencia a despachar lo mítico como algo irreal. Sin embargo, el mito es, en esencia, el resultado de un proceso histórico-social bajo el cual se objetiviza la experiencia vivida por una comunidad dada. ¿Acaso lo que se conoce como el pensamiento occidental, de raíz eurocéntrica, no constituye a su modo también una construcción social atravesada de toda una mitología que aspira a legitimar unas formas históricamente determinadas de existencia y, porque no decirlo, de dominación? ¿Acaso también todo el discurso jurídico de la modernidad capitalista, como fruto de fuentes divinas o naturales, incluyendo la concepción del Estado a modo y semejanza de un Leviatán de origen bíblico, no pasa de ser un mito cuidadosamente edificado? Los mitos en que se basan ambos siguen allí, anidando en las penumbras, listos para reaparecer con una fuerza inusitada cuando las contradicciones sistémicas interrumpen e impugnan los sueños de esa razón parcial y torcida. Es entonces cuando el otro, en busca de ser protagonista de su propia historia, se ve compelido a una relectura y resignificación genealógica de su devenir, desde el tiempo mismo de eso que Rousseau llamó los orígenes, más allá del tiempo histórico cronológico cuya repetición eterna no le lleva a la emancipación ansiada. Retornar al origen constituye, pues, un retorno a la raíz, una oportunidad para potenciar una nueva posibilidad o, si se prefiere, una re-creación del ser y de la realidad, incluyendo el establecimiento de un tiempo y espacio nuevos cuyos sentidos normativos son libremente determinados. Los momentos refundacionales nos obligan a replantearnos nuestro punto de partida y sus presupuestos normativos para no seguir deambulando por nuestras circunstancias, sin un sentido éticamente sensitivo conducente a nuestro desarrollo pleno como seres humanos.