Martha Aguilar es su familia, sus amigos, sus amigas, sus compañeros, y las personas que ha conocido y ha dejado pasar a su casa. Es las fotografías que están pegadas en la puerta de su recámara. Es Coyoacán en los años cuarenta, el cine Centenario, España en otoño, una hoja de avellana y los jardines a medio día. Y es, por supuesto, los miércoles en la Cineteca y los días en un balcón de una antigua casa.
Me gustaría que dieras vuelta a la manija de esta puerta y te dejaras llevar por las historias de Martha; por aquellos finales inesperados, por el diálogo transparente, por el cuento conciso y claro. En media página, Martha logra robarnos el aliento. En los textos se encontrará un juego entre lo que vivió Martha, lo que le contaron y lo que ha inventado. Al final, todo parte de la misma tela.
Ochenta y siete años acompañan cada uno de estos textos. ¿Qué no habrá vivido Martha? Martha ha tomado cada palabra y ha hecho con esta materia de la memoria un cúmulo de miradas que se traducen en cuentos; es ella todas las historias que vivió, ha vivido y sigue viviendo.
Johann Romero