Decía Audre Lorde que la poesía es destilación de la experiencia y es también la posibilidad de construir un futuro diferente. En este poemario, Sandra Ivette construye un relato muy personal sobre una experiencia dolorosa en su vida. Cultiva las palabras como un eterno recordatorio de que sigue escribiendo, sigue sembrando un jardín, pese a todo, se mira y sigue viva.
El poemario es un conjuro, es una invitación a poner otras fuerzas de su lado. No titubea en decir lo que siente y lo que necesita para sanar, tiene muy claro que a las mujeres nuestros silencios no van a protegernos, al contrario, nos hunden.
Es un poemario sobre algunos apuntes para sanar nuestras heridas personales y colectivas desde el dolor, la rabia que compartimos juntas y el reconocimiento de nuestras cuerpas como territorios poéticos.