La poesía de Silvia Eugenia Castillero borda una instancia mítica con un telar arácnido. Los acontecimientos naturales: la luz, la noche, la floración, los animales, la tierra, los volcanes... se convierten a un tiempo en anécdotas que detonan la entonación poética y remiten a otro espacio; mapas: "ideas sobre el papel de lo que puede ser el mundo". Aun cuando cierta intencionalidad minimalista, cierto apego al detalle y también opacidad, a sofrenar la tentación confidencial pudiera inducirnos a considerar a esta poética como soterrada y a un punto oclusiva, lo cierto es que hay en ella mucho de ojiva, de ojo que da paso a la luz, y a la vez de conciencia de que la cotidianidad es un combate contra las sombras. En el escenario mítico donde acontecen estas historias, el espíritu de la poeta busca aprehender en su telar el rastro de la luz. Porque de eso se trata esta poesía de ambientes áureos, de seres alados y de resabios de una cosmogonía con acentos urbanos: de encauzarnos hacia un tiempo anterior, a una celebración:
Árboles y árboles como serpientes sabias
nos guían, pero somos incapaces de movernos en espiral,
de ascender hasta donde la claridad no es luz
sino un estado perpetuo del cuerpo, libre, alado.