La vorágine vital y creativa de las mujeres surrealistas excede la problemática de género. Su manera de estar en el mundo derroca estereotipos adquiridos y, a un tiempo, custodia el seductor orgullo de su feminidad. Musas, sí, de presencia poderosa que inspira, instigadoras del prodigio y de una vida plena que no consiente desfallecimiento alguno ante convenciones castrantes. Amantes, también, que experimentan el amor erótico como timón de provocación y llave para el conocimiento interior, horizonte de apertura y no cárcel del deseo masculino. Pero, ante todo, creadoras, que se sumergen en las potencias oscuras del espíritu a la búsqueda de los deseos inmovilizados en el inconsciente, vértigo que subyace a toda creación surrealista. De entre el enjambre de mujeres surrealistas se han elegido estas, teniendo en cuenta el interés indiscutible de su obra filosófica, plástica y/o poética, poco conocida en nuestro país, y, además, la propia conciencia de pertenencia al movimiento surrealista como cuerpo de pensamiento y actividad organizada. Otras, esperan ocasión para desvelarse.