Estamos atravesando un cambio de época mucho más profundo del que insinuaron los gobiernos progresistas que, en el fondo, apenas intentaron conducir la notable energía popular hacia las aguas estancas de la representación, o sea, de la política estatal. Los momentos candentes de las luchas sociales (parlamentos indígenas-populares de 2000 en Ecuador, cuarteles aymaras en el altiplano boliviano en 2000-2001, asambleas populares en Argentina en 2001-2002) fueron momentos antiestatales pero también antipartidos, dos modos organizativos que responden a la misma lógica. Respecto a esos momentos, la recomposición estatista-progresista fue un paso atrás, un retroceso. Para quienes apostamos a la emancipación colectiva, el punto de referencia debe ser siempre el grado más alto alcanzado por la lucha social y nunca aquello que es posible conseguir. Lo posible es siempre el Estado, el partido, las instituciones existentes. Pero la emancipación no se puede detener allí