Hay poemas cuyos lectores aún no han nacido, así como los hay aquellos que permanecen móviles en el oleaje del pasado y que ya se ha ido a donde habrán de volver. Ni antes ni después he dicho, la poesía es un portal, efectivamente como nos sugiere Graciela Noyola, uno que se elige, pero también que él mismo elige a sus visitantes, que lee mientras es también leído en esta provisión impermanente que es la vida, a punto de nacer a cada rato, en cada centuria.
La poesía de Graciela Noyola no traiciona, es una invitación franca para un lector con voluntad, respetuosa de propios y extraños, convoca a lugares íntimos desde los ángulos más secretos hasta la cita con la Luna de todos, ella sí testigo involuntario.
Lo que palpita es una serie luminosa de bendiciones, un ramo de bondades, un racimo de estrellas que nos apalabran, ecos resonancias, fuerzas insospechadas que atraviesan hospitalariamente el cuerpo, los sentidos y los rincones de nuestro ser.