Escribir, como vivir sin sueños entre el calor creciente o como trabajar sin límites, migrar violentamente de un país a otro o crecer sabiendo que el futuro del mundo es inviable, duele. En Una pequeña fiesta llamada Eternidad, a través de una voz incontenible que se gesta en plena transición por la metrópoli en el baño, en el bar, sin empleo, trasnochada y con hambre, Gabriela Wiener nos invita con urgencia a la fiesta del lenguaje como si solo ahí, en el lenguaje o en la fiesta, existiera una sustancia lo suficientemente fuerte para seguir habitando este planeta