Durante los últimos años, el estudio de la escritura ha sido objeto, por obra de Jacques Derrida, de una renovación fundamental y un cambio de nivel. Se observa, no sin sorpresa, que en Occidente, bajo el dominio de la escritura fonética, se ha privilegiado el lenguaje hablado como si constituyera el lenguaje por excelencia: respecto a él, el lenguaje escrito apenas sería una reproducción auxiliar o un instrumento cómodo. Hay en esto una estructuración que pudiera llamarse fonocéntrica. Este privilegio del significante fónico sobre el gráfico sólo puede legitimarse a partir de lo que sería un interior donde reside el pensamiento y un exterior donde está situada la escritura. Es la humillación de la escritura la que organiza nuestro concepto de signo, lo que gobierna nuestro concepto de verdad, organizado como un logocentrismo. Sin embargo, podría demostrarse que la posibilidad general de la escritura fundamenta la posibilidad de la lengua misma. La gramatología implica una reforma del concepto de escritura, una archiescritura lógicamente anterior a todas las oposiciones, y está llamando a des-construir ?no aboliéndolos, sino remontándolos a su raíz? todos los presupuestos de una lingüística cuyos progresos, precisamente, permitieron abordarla.