La expansión, promovida por Arne Naess, de la conciencia ambiental en general y de la ecofilosofía en particular se reconoce en Latinoamérica ya desde los años 70 del siglo pasado. Al menos cabe recordar dos vías privilegiadas. En primer lugar, por medio de la Teología de la Liberación latinoamericana; al grito de los pobres se unió el grito de la tierra. En 1979, por ejemplo, el Documento de Puebla (de la Iglesia Católica latinoamericana) cuestionaba la marginación socioambiental de pobres y minorías desamparadas, la explotación irracional y distribución injusta de los recursos básicos en la región, la contaminación ambiental, los graves daños al hombre y sus hábitats, etc. Pero la primera referencia a la filosofía ambiental como tal aparece en el ámbito de la contracultura argentina (por ejemplo, en las revistas Mutantia). En un sentido bien aristotélico, se mezcla en Naess la disposición a la intuición de principios y el hábito científico por las deducciones. La sabiduría es a la par intuición y ciencia. Para él, la filosofía debería contribuir a que los jóvenes se ejercitaran en perspectivas amplias y profundas, al mismo tiempo que debería ayudarlos a desarrollar y articular sus propias visiones totalizadoras personales.