Este delicioso Elogio de la bicicleta pasa por tres etapas narrativas: el mito, la epopeya y la utopía. A pesar de que sus dimensiones mítica y heroica han sufrido algunos reveses derivados de su vinculación a las desviaciones del deporte profesional y el doping, la bicicleta -impulsada por las nuevas políticas de la ciudad- regresa con fuerza a los escenarios urbanos y su imagen es objeto de un renovado entusiasmo popular. Podemos ponernos a soñar y proyectar a grandes rasgos una ciudad utópica del mañana en donde la bicicleta y el transporte público sean los únicos medios de desplazamiento. Incluso soñar con un mundo en el que las exigencias de los ciclistas dobleguen el poderío político... siempre y cuando, en el mundo, reinen la paz, la igualdad y el aire puro, tras la ruina de los magnates del petróleo. Sin embargo, en su humildad, la bicicleta nos enseña, ante todo, a estar en armonía con el tiempo y el espacio. Nos hace redescubrir el principio de realidad en un mundo invadido por la ficción y las imágenes. El ciclismo es, por tanto, un humanismo que abre con renacidos bríos las puertas de la utopía y de un futuro más esperanzador: el símbolo de un futuro ecológico para la ciudad del mañana y de un proyecto urbano que tal vez podría reconciliar a la sociedad consigo misma.