Benjamin se proyectaba a sí mismo en todos sus grandes temas, y su temperamento determinaba lo que elegía para escribir. Era este temperamento lo que veía en los temas, como las obras barrocas del siglo XVII (que dramatizan distintas facetas de la acedía saturnina"), y en los escritores sobre cuya obra escribió con mayor brillo: Baudelaire, Proust, Kafka, Karl Kraus. Contrariamente a interpretar la obra de un escritor por su vida, hizo un uso selectivo de la vida en sus más profundas meditaciones sobre textos: información que revelaba al melancólico, al solitario. (Así, describe la "soledad de Proust, que hace que el mundo se encoja dentro de su vórtice"; explica cómo Kafka, al igual que Klee, era "esencialmente solitario"; cita el horror de Robert Walser al "triunfo en la vida"). No es posible valerse de la vida para interpretar la obra. Pero si puede emplear la obra para interpretar la vida. Benjamin pensaba que el intelectual libre era, de todos modos, una especie moribunda hecha no menos caduca por la sociedad capitalista que por el comunismo revolucionario; en realidad sentía que estaba viviendo en una época en que todo lo valioso era lo último de su especie. Pensaba que el surrealismo era el último bastión de la intelligentsia europea, y una manifestación apropiadamente destructiva y nihilista de inteligencia. En su ensayo sobre Kraus, Benjamin pregunta retóricamente: ¿Está Kraus en la frontera de una nueva época? "¡Ay, nada de eso!, pues se encuentra en el umbral del juicio final." Benjamin está pensando en sí mismo. En el juicio final, el último intelectual, ese héroe saturnino de la cultura moderna, con sus ruinas, sus visiones desafiantes, sus ensueños, su insalvable melancolía, sus ojos bajos, explicará que adoptó muchas "posiciones" y defendió hasta lo último la vida del espíritu, tan justa e Inhumanamente como pudo.