Ella era gorda, baja, pecosa y de cabello excesivamente crespo, medio pelirrojo. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía éramos chatas. Por si eso fuera poco, llenaba los bolsillos de la blusa, por encima del busto, con caramelos. Pero tenía lo que a cualquier niño devorador de historias le gustaría tener: un padre librero.