Es preciso gritarlo de una vez por todas; heroína no es Tania la guerrillera, ni La monja alférez, ni Pepita la pistolera sino la mujer que vive sola su día a día. Ser una heroína es salvar a un perro baleado con medicación homeopática, agradecer la frase «si no te besé aquella vez no te voy a besar más» (lindo para una canción), psicopatear a un novio de barrio y terminar llorando, jugar a cuál de las propias emociones se gana el premio a la pelotudez, viajar a la casa en la playa de alguien que se pasó sin culpas del marxismo al snobismo, amamantar a un ternero obligada por un ex y su actual pareja y todo así. Los cuentos de Gabriela Bejerman se leen con la velocidad feliz con que, enarbolando una lengüita de almeja, una heroína devoraría un helado dibujado por Roy Lichtenstein. - María Moreno