En la poesía de Gabriela Bejerman me fascina el talento musical para el verso, el talento verbal, el ritmo en que piensa, lo que busca y encuentra gracias al oído. Oír ese clamor es entrar al estado salvaje. La impresión súbita despierta al presente. Despierta la tensión irisada de todas las fibras del cuerpo, ubica el lance sensible de estar aquí. La dicha se alcanza en un momento sin tiempo.
El pensamiento resulta gozoso, un chorro de luminiscencias musicales donde el cuerpo se hace flor, caña o jirafa. El poema no es menos salvaje, ha salido por un agujero, ha encontrado una misión fuera de la identidad. Corazón refulgente sin bordes, abierto a lo inconmensurable, así habitamos la armonía sin intención.
Roberto Echavarren