Sexismo, racismo y xenofobia son infecciones cotidianas que las sociedades democráticas han acordado combatir. El respeto a la pluralidad es un objetivo político común. A la globalización se oponen la diversidad y las adaptaciones locales. Por esa razón, los proyectos sociales democráticas plantean la diversidad como una riqueza a fomentar. El respeto al mestizaje étnico, cultural y racial se presenta como prueba de avance democrático, pero todo el mundo olvida el mestizaje sexual. Nuestra sociedad se comporta y educa como si existiera una sola forma de amar (normal y recomendable). El heterocentrismo genera injusticia y desigualdad social porque se basa en la negación, parcial o total, de la humanidad del «otro». La homofobia se inscribe en el núcleo duro del heterocentrismo, y constituye una estrategia de control social que permite la discriminación y la subalternidad de quienes se apartan del modelo central: niega la diversidad sexual, afecta a varones y mujeres, y ha convertido la identidad masculina actual en un problema de salud pública. Ser macho mata, porque se marcho implica agresión y autolesión. Agresiones a los otros, los distintos, los raros; mujeres, homosexuales o emigrantes, da igual. Autolesión y violencia contra uno mismo, porque ser hombre implica estrés, tensión y ansiedad para probar todo el tiempo la propia masculinidad. Sobre la homofobia se construye la identidad masculina actual. Combatir la homofobia y educar en la diversidad sexual se ha convertido en una cuestión de profilaxis democrática. Sin embargo, la homofobia sigue siendo socialmente invisible: no tanto porque sea sutil, sino más bien porque ni los políticos ni los ciudadanos están formados para reconocerla. Este libro es un excelente modo de hacerla visible.