[...] La cuidada elección del léxico, el devenir de una frase que pareciera reproducir, en
sí misma, los secretos pasadizos del mundo que recorre, el sutil pero firme anclaje en
una mitología que ilumina al tiempo que devela la inextricable complejidad del destino
humano, hacen de este libro un camino único del verso profundo y singular de la poeta
Ethel Barja.
Mercedes Roffé.
Es evidente que el libro de Ethel Barja no trata sobre nada. Creo que no lo es menos
el que ninguna poesía para la que el propio acto de decir sea un problema, trata sobre
un tema o un aspecto determinado de la realidad [...] Consiste en no usar el lenguaje,
sino en recorrerlo. Transitar sus relieves, adivinar sus frecuencias, descender hacia
ese amasijo de calles / transformadas en resonancias (p. 47) que anteceden al
camino sin resonancia (p. 37) de la comunicación y en donde las palabras recobran y
reinauguran una cierta dignidad perdida en la promiscuidad del uso
¿Cómo poner al
lenguaje en escena sin forzarlo a entrar en operación? ¿Como decir sin que lo dicho
reemplace con palabras el vacío desde el que el acto mismo de decir gravita, pende?
Pero estas preguntas de corte metafísico persiguen aquí una versión anatómica: ¿de
qué tipo es la factura, el cuerpo de una palabra capaz de traslucir todo ese ruido de
fondo que la antecede, y sin embargo la atraviesa y la habita? Ante tales interrogantes
la poesía de Ethel parece, insisto, no optar por su disolución, sino por el regodeo ante
las costuras y las hebras que las entretejen y cuyo caos modulan. : El mal hábito de
las palabras/ se nutre de este plato/ todo el ruido devorado / alcanza su centro tibio / en
el ritual de la incisión y la costura (p. 23). Hay, pues, una cierta vocación por internarse
en el rigor de las microtexturas, una suerte de ritual celebratorio ante el vértigo de la
asfixia por sondear las fibras, no de las cosas, sino de la posibilidad de las mismas, sus
contornos, su grado cero [...].
Santiago Vera