El jardín de esta novela es tan grande que se confunde con la selva que lo rodea, aunque se encuentra contenido por una reja; más allá de la reja está el mar, y del otro lado del mar está el mundo. Bárbara deambula por sus senderos, entre toda clase de especies vegetales, pájaros, insectos, olores, sombras y fuegos fatuos, para reconstruir la memoria a partir de objetos antiguos, fragmentos de cartas y fotografías. Luego, al sentirse atrapada por ese universo, escapa al mundo. En Jardín, la temporalidad del relato tiene que ver más con kairós que con cronos, un tiempo vegetal y paciente, un tiempo cíclico que presupone el regreso. Siete años tardó Dulce María Loynaz en escribir esta "novela lírica" transgresora de los límites del género. Pasaron otros 16 años para que fuera publicada en 1951, y transcurrieron 46 antes de que su autora obtuviera el Premio Cervantes. Jardín hace honor a su naturaleza vegetal: a pesar de los arduos inviernos del olvido ahora vuelve a florecer, con más fuerza que nunca, para los nuevos lectores.