«El largo poema que leemos en la borra de la afonía comienza como un rayo que parte al cielo con su trueno silencioso. No fue un estruendo/ no hubo explosión ni polvo ni humo. A partir de ahí esa lengua lesbiana intenta hacerse lugar, ese ruidito de grieta va surcando el cuerpo de la poeta y del poema. Nuestros ojos lectores caminan desorbitados por la hoja como atravesando las ruinas de un derrumbe, de un lado y del otro buscamos anclar significados pero naufragamos en el insistente intento inevitable de decir con una lengua rota. Somos voyeurs del texto que se arma y se desarma. Las preguntas, las palabras, los sentidos se desacomodan como los signos de interrogación cuyos puntitos se caen y devienen piedras exfoliantes deseantes de raspar la capa superficial de las cosas. Querer darle un sentido único es una expedición sin tesoro, no hay un lugar de comodidad en el lenguaje poético de val, hasta las preguntas incomodan por su desorbitada ubicuidad: ¿desolarse es un verbo o la tumba donde se remueve la vida?»