En un cuaderno pequeño, Josefina dibuja las historias, sueños y colores que recoge en un viaje onírico, en los bordes entre la crónica y la ficción. Escribe en buses de corta y larga distancia, en cuartos ocasionales y caseríos lejanos, en playas ventosas, en sierras escarpadas o ríos bravos. Transcribe lo que ve, siente y le cuentan. Las historias se convierten en recetas de cocina y relatos del cotidiano y la resistencia de los pueblos; en una brújula para no extraviar el amor por la tierra y su vida sencilla. Como en un mapa hecho de baraja para mezclar y dar de nuevo, en La buena estrella la geografía americana se desprende de sus postales para el turista y arma un croquis sin fronteras. Dice Josefina que atraemos lo que vibramos, es intención de estas crónicas narrar el afecto, el apego, la solidaridad, la obstinación, la firmeza, en fin, del buen vivir que late en lo profundo de Abya Yala.